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Despedida
En la penumbra del adiós, despedida sin dolor,
Repartimos culpas como versos en el viento.
Gracias por enseñarme a crecer, a enfrentar el resplandor,
Fuiste mi guía, mi faro en cada momento.
Caminamos juntos por la senda de la vida,
Tejiendo memorias, en la alborada compartida.
Hoy, en esta despedida, no hay lágrimas que caigan,
Solo palabras que fluyen, como hojas que el viento arrastra.
Quizás el tiempo nos lleva por caminos divergentes,
Como dos ríos que se encuentran y luego se disuelven.
Repartimos culpas como pétalos al viento,
En esta danza de sombras, en este último intento.
Gracias por ser maestro en el arte de existir,
Por cada lección, por cada suspiro a compartir.
Fuiste mi guía, en los días de sol y tormenta,
Una presencia eterna, en mi memoria revuelta.
Te recordaré en las pinceladas de cada obra,
En la sinfonía que el viento susurra,
Porque fuiste parte de mi historia, de mi ser,
En este adiós, te llevo conmigo, como un suspiro de ayer.
No hay dolor en esta despedida, solo gratitud,
Por los momentos, por la complicidad en la actitud.
Cerramos un capítulo, pero no el libro completo,
Tu esencia perdura, como un eco en el soneto.
En cada trazo de mi arte, encontrarás tu huella,
Como un secreto que el corazón destapa y revela.
Gracias por enseñarme a crecer, a ser fuerte,
En la galería del tiempo, serás mi obra más querida, mi suerte.
En esta despedida sin lágrimas, solo queda el eco,
El eco de lo que fuimos, de lo que compartimos en el trecho.
Te recordaré en cada página, en cada línea escrita,
Porque fuiste mi guía, mi maestro, mi vida.
Canto ancestral
En tierras lejanas, bajo el cielo estrellado,
Ella encontró un amor, un destino inesperado;
Dejó su patria, con sueños de regresar,
Pero el corazón la atrapó, sin poderla soltar.
Conoció al muchacho, en una tarde dorada,
Sus ojos se encontraron, y el mundo se detuvo en nada.
Entre risas y secretos, floreció una pasión,
Un amor que creció, sin previa invitación.
Juntos caminaron, por calles desconocidas,
Descubriendo paisajes, olvidando sus heridas.
Cada amanecer era un beso, cada atardecer una promesa,
En ese rincón del mundo, encontraron su fortaleza.
Pero en la quietud de la noche, cuando todo callaba,
Ella cerraba sus ojos, y su tierra recordaba.
Las montañas majestuosas, el aroma del cafetal,
La música de su gente, su canto ancestral.
Sentía un nudo en la garganta, al pensar en su partida,
Las lágrimas se asomaban, en medio de la despedida.
Extrañaba cada rincón, cada abrazo y canción,
Su tierra la llamaba, como llamado de una oración.
El muchacho la miraba, con ojos llenos de amor,
Entendía su nostalgia, su profundo dolor.
Le prometió un día, volver a su hogar,
Y entre sus brazos, la hizo soñar.
Pero por ahora, en esa tierra extranjera,
Ella se aferraba al presente, a la vida que ella espera.
Porque aunque extrañe su país, y el sol de su terruño,
Sabe que el amor es un puente, que une cada rincón.
Y mientras el tiempo avanza, y la distancia se alarga,
Ella guarda en su corazón, la promesa que no se amarga.
Volverá a su tierra, con el amor a su lado,
Donde juntos, escribirán un nuevo legado.